H., tiene la mirada achinada, la piel cortada por el viento
y el sol, la sonrisa le ocupa todo el rostro, es vergonzoso, muy tímido, pero
te mira a los ojos cuando habla.
Cuida de su hermano , de cinco años sin despegarle la
mirada ni un minuto, se acostumbró a hacerlo de forma natural, nadie le mandó,como
dos cachorros que se buscan para jugar.
Su casa, me explica, es naranja, naranja… al lado de donde las
máquinas profe, me dice con lengua de trapo .Es un lugar de unos veinte metros
cuadrados, vive con sus dos hermanos y su madre, y con sus otros cuatro primos
y sus dos tías. El único hombre de la casa.
H. tiene una pequeña parálisis psicomotriz, y apenas tiene
fuerza en las manos, no puede agarrar bien un lápiz y sólo sabe escribir con
letra de palo, porque la ligada , profe, es muy difícil.
Todo afanado se esmera en los plisados del papel del
origami, pero son sudores hasta conseguir esa paloma deseada.
H. nació hace once años, hoy de nuevo jugué con él
y la flecha dorada de Eros me hirió ,quizá por accidente como al dios
griego.
No podía dejar de observarle, de preguntar sobre él, de estar cerca. Se
me quedó incrustada su imagen en las neuronas y su olor en la piel. Mariposas
le llaman unos, endorfinas otros, pupilas dilatadas, locura transitoria, ímpetu
dentro, mar de julio, luz de la noche, reloj parado, horizonte final, alma
suspendida...la conmoción amorosa que te golpea y te deja la piel marcada.
Será el contexto, la vulnerabilidad a flor de piel, o qué sé
yo…pero hay veces que la vida te regala estas sensaciones, donde la belleza
baila junto al dolor, y te embelesas en un paisaje, en un rostro, en un
instante , a cada uno le hirió la flecha en su lugar y en su momento.
Al despedirnos, se me acerca y me susurra al oído:”profe,
cuando luego regrese, ¿me puede regalar un chocoramo?”, y yo en vez del dulce,
le traería un castillo de cristal.
Gracias, gracias, gracias.
Que gocéis con vuestras conmociones.